11-11-2005
Hace días que quería escribir esto, más que nada para sacármelo de encima y no tanto realmente para contarlo.
Todo comenzó hoy jueves hace una semana. Viendo hacia atrás me parece un mes o un año. Ese día inició hasta donde recuerdo bastante bien, muy bien en realiad pues ya tenía otra vez no solo un radio sino también mi carro. Nada particularmente anormal ocurrió durante la mañana y de hecho había hecho planes para la noche (y en realidad me había construído alguna expectativa al respecto, pero eso será para otra historia).
Siendo jueves tengo una rutina más o menos fija y este jueves iba bastante pegado a ella. Hacia el final de la mañana, para esa altura donde me comienzo a preguntar si me voy a desayunar tarde o almorzar temprano, algo pasó que rompió todo el equilibrio. Pudo ser una llamada, pudo ser un email, pudo ser alguien que pasó por ahí. No sé que fue, pero de ahí en adelante todo cambió de rumbo y se metió en una gran espiral hacia el desastre.
Para el mediodía me encontraba peleando una lucha sin sentido con datos irreparablemente perdidos. Datos que no eran míos en primer lugar y que a mi no me interesaba recuperar. Para las dos de la tarde estaba enfrentado a un aula vacía. Diez minutos después miraba a un puñado de alumnos tratando furiosamente de recordar que diantres es el teorema de Cauchy. Hay pocas cosas más desoladoras que la mirada colectiva de una clase silenciosamente gritando “sé que sé eso pero no tengo idea de qué me está hablando.”
A las cuatro de la tarde las calamidades se habían ya confabulado, y yo estaba a punto de recibir el memo. No funciona, no funciona, no funciona…
Cinco horas más tarde enfrentaba la decisión: ignoro el hecho que estoy cansado hasta decir basta y continúo adelante con los planes o admito que en el estado en el que estaba me tenía que considerar afortunado si llegaba a casa y logro levantarme a tiempo al día siguiente. Ganó el cansancio.
Esa fue la noche de un día. Yo esperaba que quedara en el olvido.
Pero lo que vino fue el día de una noche y la consecuente noche de un día.
Para el sábado al medio día me encontraba mirando problemas que ni sé de dónde salieron ni por qué salieron. Para el domingo las cosas no daban signos de mejoría.
Decidido a acabar con el hechizo, el lunes me desperté con una actitud “nada hará que este sea un mal día.” Me duró la totalidad de 20 minutos. Y terminé peleando con gente que ni siquiera vale la pena pelear porque nada más no les importa. ¡Garfield tiene mejores lunes que este!
El lunes en la noche había retomado la actitud de la mañana y todo lo que me tiraron lo asumí como una oportunidad para mejorar las cosas. Para el martes en la mañana había logrado avanzar 100 páginas en “mi libro” (léase, el que sea que tengo en un momento dado en la mano). Martes en la noche: baldazo de agua fría con carretones de trabajo salido de la nada. Miércoles: improvisación de la mejor. Buenas noticias. ¡Ya era hora!
Jueves en la mañana: mejores noticias, ¡voy a Italia! Se rompió el hechizo.