02-21-2011
En undécimo a mi me tocó leer “El Castillo”, mientras que un compañero le tocó “Un mundo feliz”. En aquel momento yo no entendí realmente de que iba mi libro ó por qué me lo habían asignado a mi (hoy creo que lo entiendo mejor de lo que quisiera). Al mismo tiempo escuchaba a mi compañero hablar de “Un mundo feliz” y me reventaba de ganas de leerlo. Eventualmente lo hice, pero creo que tampoco entendí muy bien de qué iba, pues me parecía un escenario implausible. Yo creía que antes de que algo así pasara, la gente se levantaría y lo detendría.
Hoy, viendo hacia atrás, creo que Huxley la pifió a lo grande: “Un mundo feliz” no ocurre en el año 632 A.F., sino en el 103 A.F. Él mismo, al visitar su obra 26 años luego de publicarla, opinó que las cosas se estaban moviendo mucho más rápido de lo que él mismo se había imaginado, y que ya estaba viendo signos de “Un mundo feliz” en su propia sociedad. Hoy, más que signos, son realidades.
Una de esas realidades es Twitter.
Twitter es un mundo feliz. En Twitter puedo presionar un botón de “me gusta”, pero ninguno de “no me gusta”. En Twitter sigo quienes me interesa seguir, pero eso, viéndolo bien, no es cierto. Sigo a alguien con quien yo estoy de acuerdo. En Twitter “retwitteo” aquellas cosas con las que concuerdo, nunca con las que estoy en desacuerdo. La consecuencia inmediata de esto es que en Twitter, dado que sigo a aquellas personas con las que concuerdo, y dado que ellos “retwittean” cosas con las que ellos concuerdan, rápidamente mi universo deja de ser blanco y negro para volverse simplemente blanco. Twitter es un mundo feliz.
No hay que confundirse: en Twitter coexisten múltiples realidades, cada una de ellas blanca, pero cada uno de esos blancos es diferente. Estoy seguro que hay un grupo de gente interconectada que cree que el calentamiento global es una mentira fabricada para privarnos de nuestra riqueza, ó que el “diseño inteligente” es una teoría viable, y en alguna esquina debe haber también gente cuerda.
Ocasionalmente estas realidades llegan a chocar y superponerse en un par de mensajes. En la realidad, en una situación normal, en ese caso se podría dar un intercambio de opiniones. En un mundo feliz, sin embargo, está prohibido disentir, y por morbosa extensión, está prohibido discutir. De pronto el disenso y la discusión son malas palabras. Solo se permite estar de acuerdo. Igual como en algunos medios hay “presión social” para fumar o ingerir alcohol, ahora también hay presión social para estar felizmente de acuerdo, ignorando el hecho puro y duro que el disenso ha sido a través de la historia el padre del progreso.
Si el asunto se detuviese en Twitter, tal vez no sería ni siquiera relevente. Pero poco a poco las cosas se han ido desbordando primero a otros medios electrónicos (una víctima notoria de esto son las listas de correo), y luego a la vida real. En un mundo feliz no se diferencia entre lo nos han condicionado a ser y lo que realmente somos. Una película es buena. Un libro es malo. ¿Quién decide? Los alfas, obviamente. De una forma u otra el condicionamiento llega al resto, que lo acepta gustoso, agradecido y sin cuestionamiento, en la manera que lo indica el condicionamiento previamente instalado, igual como le sucede a Linda, primero al llegar a Malpais y luego al regresar a Londres, donde es incapaz de resistirse a hacer aquello para lo que ha sido condicionada, y quién termina consumiendo soma permanentemente, hasta su muerte.
Twitter tiene éxito donde otros han fallado: crear un mundo feliz. Tal vez por eso hay tanto interés en las redes sociales de parte de sectores que, en otro contexto, serían fácilmente identificados como ultraconservadores. El progresismo se siente atraído hacia la promesa de unión y colaboración, pero es ciego ante los peligros que esa promesa encierra. Parece creer para lograr un mundo realmente feliz, se debe aceptar la existencia de “un mundo feliz”.