11-22-2005
“Al atardecer del martes el agua apretaba y dolía como una mortajada en el corazón.” — Isabel viendo llover en Macondo.
Todavía faltan ocho días para Diciembre, pero este año, como todos sus congéneres, seguramente tendrá prisa por acabar con Noviembre, cosa que yo nunca he entendido, pues es uno de los meses más agradables, es casi idílico, no corre como Octubre, no arrebata como Diciembre, no sofoca como Agosto, no duele como Mayo. Si doña Física no fuese tan recalcitrante al respecto, congelaría el tiempo en una tarde de Noviembre, de esas en las que seguramente inspiraron a Marchena con aquello de “cuando la tarde ya no es tarde y la noche aún no llega,” con soles iracundos que llegada su hora parece que se niegan a hacer aún más cortos a sus días.
Y es dentro de una de esas tardes que me encuentro deseando que no llegue Diciembre. Yo soy portador del carnet del club de suicidas decembrinos, que es en realidad una forma de reirnos de nosotros mismos para evitar decir que nos deprimimos en esta época. Los del club sabemos que nos va a pegar cuando nos encontramos a nosotros mismos en medio de un día de aquellos, con un montón de cosas que hacer, otro tanto por comenzar y un tanto más grande por terminar, y nada, no sale absolutamete nada. Es como sentarse a escribir una carta, tomar una hoja en blanco, un lápiz para acompañar, y que luego de tres horas de escribir se encuentre uno con que la hoja sigue en blanco, el lápiz como si no fuera con él la cosa y de la carta ni las manchas hay todavía.
Así, en blanco.
Y en realidad el pobre Diciembre no tiene la culpa: el solo metió la mano como el resto, sacó el número diez, y así se la pasó románticamente hasta que el dos caras de Janus y el puritano de Februus lo empujaron hasta el sitio doceavo. Por si eso no fuese ya bastante, Constantino le encaramó también el nacimiento del Sol Inconquistable, tratando de que los católicos se olvidasen del dedazo de Hipólito que ponía el otro nacimiento en el mismo venticincoavo día del mes. De ahí en adelante todo es historia…
Pero como de buenas intenciones está hecho el camino al infierno y de injusticias el mundo, nosotros le achacamos nuestro instinto natural de cortarnos las venas al supradicho, que visto así no ha puesto ninguna vela en ese entierro.
Tal vez es mejor dejarlo llegar para que se vaya rápido.