Un segundo más

12-31-2005

Llevan en esto millones de años. Cuatro mil quinientos millones para ser más exactos — y acá ella sigue su predispocisión genética de “no decir toda la verdad” sobre su edad, así que seguramente son cuatro mil seiscientos treinta y cuatro, así que igual vamos y le mentimos: ¡pero si no aparentas ni un millón pasada de los cuatro mil! Lo que es seguro es que ninguna cede: la una, ya pálida, tira para su lado y la otra, tierrosa, para el suyo. Están trabadas en un cósmico pleito de gatas.

¿Y nosotros? No, para cuando nosotros llegamos ya estaban agotadas las entradas para el show, así que los asientos que nos dió el acomodador están demasiado cerca de la tribuna como para poder apreciar algo. Pero nunca falta el sórdido grupo de mirones a los que aún en estas circunstancias no se les escapa detalle: ¡mirá, si se le corrió un continente! ¡uy, uuuuy, se le está bajando la capa de hielo! ¡oye! ¡ver y no tocar! ¡el gorila de la puerta nos va a sacar de acá si le sigues quitando pedazos a la mina esa!

Uno de los mirones es cronofílico… no se le va ni una fracción de minuto. Y está jorobando con el cuento de que el espectáculo de hoy tendrá un segundo más que mirar. ¿Y qué va a mirar en un segundo, ah? ¿El ritmo glacial con el que hacen el amor los caracoles?

No lo tuve que pensar mucho, yo con mi segundo ya sé que voy a hacer: invertirlo en una incursión de grado seis.



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