Nuestra democracia

01-18-2006

Abra un periódico reciente: es casi seguro que en algún artículo se hace mención a nuestra “centenaria democracia.”

Los baches en las décadas de 1910 y 1940 no cuentan, la democracia sigue siendo centenaria. Es importante meter en el inconciente colectivo que nuestra democracia tiene más de cien años.

La “Segunda República” es un detalle menor dentro de esos cien años.

Bueno, ya, mucho cinismo. ¿Dónde estamos? En medio de un tímido intento cambiar el sistema bipartidista que funcionó durante la segunda mitad del siglo XX montado sobre una democracia representativa por un sistema multipartidista con una democracia representativa y participativa.

Sí, vaya lea la constitución política: nuestra democracia es participativa. Y eso quiere decir más que “ir a votar.”

Al menos en teoría: es difícil tener una democracia participativa cuando algunas de las instituciones necesarias para ello no existen. Tonterías como el referendo e iniciativa popular.

¿Que la Sala Constitucional ordenó a la Asamblea Legislativa producir los reglamentos necesarios dentro de un plazo bien definido? Bah, ¡detalles! ¿Cuándo hemos cumplido plazos acá? Más fácil esperar que se aclaren los nublados del día.

El problema es que el día está muy claro y soleado. La próxima Asamblea Legislativa se las va a ver difícil para trabajar con cuatro o cinco fracciones comparativamente grandes dentro de un sistema pensado solo para dos.

A menos, claro, que ocurra un milagro y los partidos entiendan que la única manera de trabajar en esas condiciones es, pues, poniéndose de acuerdo.

Lo paradójico es que se supone que la Asamblea Legislativa existe precisamente para ponerse de acuerdo.

Eso debería ser, para los futuros diputados, no solo una pista sino una valla publicitaria de 100 metros cuadrados con luces de neón respecto a que el cambio requerido no es de leyes y reglamentos. Es de cabeza.

Eso, o nos tiramos de panza hacia la “Tercera República”. ¿Pero de veras tenemos que cambiar una que apenas pasa los 50 años? Según Casciari eso no alcanza ni para un párvulo que apenas está dejando de jugar con bolitas de caca.

El juego con las bolitas sirve para desarrollar la motora fina. Tal vez es eso entonces: nos falta jugar.

Mientras el material del juego no salga a costa del país…



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