Arreglando el transporte público en Costa Rica

09-26-2009

Rodolfo expone una idea interesante: un sistema unificado de pago de transporte público.  Pero me parece que se queda corto.

Primero, sí, estamos de acuerdo en que lo que tenemos no sirve, pero más allá del sistema de pago, no sirve porque el sistema desde su concepción está mal.  Estoy convencido que ningún ministro, ni viceministro, ni ningún otro “jerarca” del MOPT, ha puesto pie en un bus durante las últimas dos décadas, excepto claro, para sacarse la foto y posar para las cámaras, como doña Karla González lo hiciera hace un par de años.  Esto se fundamente en que basta usar el sistema de transporte público de Costa Rica durante un día para darse cuenta de forma inmediata de varios sus problemas:

  • Las rutas son redundantes. Debe haber al menos unas veinte líneas de buses que hacen exactamente el mismo recorrido de cinco kilómetros entre San José y San Pedro, y de esas deben ser por lo menos diez las que lo comparten llegando casi casi hasta el centro de Curridabat.
  • No hay información. A pesar de la existencia de esas veinte rutas, es imposible para un recién llegado encontrar rápida o fácilmente cómo llegar del centro de San José a la Universidad de Costa Rica, y ni que se diga de Curridabat a Pavas.
  • No hay identificación adecuada de los buses. “Tres Ríos por calle vieja”, “Zapote por el registro”, “Santa Ana por el alto” … perdón … ¿qué? Conectando con el punto anterior, de existir rutas adecuadamente documentadas, uno podría decir por donde pasan los buses 101, 230 y 314.
  • No hay horarios. La utopía sería poder decir que el bus va a pasar a las 11:36 por la parada de la iglesia de San Pedro, pero un buen comienzo sería “entre 11:30 y 11:40″.
  • Las tarifas no tienen sentido, que es más o menos por donde va la propuesta de Rodolfo.
  • Las unidades son inadecuadas. Esos ministros y viceministros que no utilizan el transporte público la tienen muy cómoda en autos de lujo (con chofer), entonces poco les importa el tema de la sobreutilización y la seguridad, pero esto tiene incidencia directa sobre los patrones de uso de los (no) usuarios.

La lista evidentemente no es exhaustiva y hay problemas para los cuales se necesita más de un día para poder percibirlos, lo cual es un buen indicio de que a los jerarcas de transportes no deberíamos darles ni vehículo ni chofer ni combustible ni nada de nada.

Respecto al punto específico del pago, yo defiendo la idea de no hacer el trabajo diez veces, entonces si se va a arreglar algo, debe arreglarse bien desde la primera vez.  Todos los detalles de la tarjeta y el micropago y los incentivos y el resto son un buen indicio que esa solución es excesivamente complicada.  Creo que Rodolfo olvida dos cosas: por un lado, la tecnología no es un fin sino un medio, y a pesar de que existen aplicaciones realmente buenas e interesantes de la misma, también existen aplicaciones horrorosamente mal encausadas; la segunda es que el Estado no existe para generar ganancias sino para organizar la vida en sociedad.  Con esto quiero decir que el hecho que existan cosas como las tarjetas “inteligentes” o pagos mediante SMS no quiere decir que tenemos que acomodar los problemas para que su solución sea el empleo de tales dispositivos.

En primer lugar, cualquier solución no puede eliminar la posibilidad de pagarle al chofer con dinero, pues no aceptable negarle el servicio a un usuario simplemente porque en un momento dado no posee un pedazo de plástico específico.  Alguien se verá tentando a decir que lo mismo aplica para exigir el pago con moneda o tratará de llevarlo al absurdo y decir que entonces no deberíamos cobrar.  El Estado no está para generar ganancias, pero tampoco para sostener pérdidas, y definitivamente estamos muy lejos del día en que el transporte público sea de alguna forma gratuito (que yo quisiera que llegue, bajo el entendido que se debe financiar de alguna forma).  A lo que si podemos aspirar es que el chofer responda por una cantidad mínima de dinero, de manera tal que asaltarlo deje de ser atractivo.

En segundo lugar, la solución más simple es no cobrar en el medio de transporte, es decir, eliminar cualquier tipo de fila a la hora de subir al bus causada directamente por el sistema de pago.  En Santiago de Chile, donde comparten nuestros problemas en esta materia, introdujeron un sistema basado en prepago con tarjetas inteligentes y todo el cuento, y la solución, en el mejor caso, fue una evolución del sistema, no una revolución.  Eliminaron el incentivo para asaltar al chofer y ofrecen descuentos si uno utiliza varios medios “en cadena”, pero con esto no resolvieron el problema de las filas, pues cada pasajero debe pasar frente al chofer y presentar la tarjeta ante el lector, que produce un sonido que indica al chofer que el pago fue efectuado.  Es claro que el problema con esta solución es que está centrada en cobrar — tal como las propuestas de Rodolfo — y no en mejorar el servicio.

En algunos países europeos tienen un sistema donde el cobro efectivamente no existe sino que manejan una suerte de “tarifa plana”: se paga una cantidad fija ya sea por mes, trimestre, semestre o año que va acorde al uso “típico” que uno haga del sistema.  Por ejemplo, si yo viajara todos los días entre San Pedro y Curridabat, eso posiblemente estaría dentro de la misma “zona” de pago y por tanto yo pagaría regularmente por el transporte dentro de una sola zona.  Si el viaje fuese entre San Pedro y Pavas, pagaría seguramente por dos o tres zonas.  Más allá de eso, no requieren por ejemplo presentar una tarjeta ante un lector, con lo cual no se hacen filas frente al aparato, y con esto todo el sistema funciona mejor.  Para los casos ocasionales en los cuales necesito viajes fuera de mi zona existen en los puntos con mayor flujo de usuarios máquinas expendedoras de tiquetes, que aceptan efectivo, tarjetas y diversas formas de micropago y en cualquier caso en todas las unidades de transporte existe la posibilidad de pagar el tiquete allí mismo.

Es claro que el tema de la tarifa en un esquema de esta clase es más complicado, pero tampoco es algo que un actuario no pueda resolver.  Además, ciertamente la idea de que el sistema sea nacional es sumamente atractiva, pero crea una serie de problemas propios particularmente cuando se amarra con el tema de los dispositivos de pago.  Si esto llega a representar un obstáculo para su implementación, yo preferiría poder ir a Liberia, comprar una cartoncito de uno, dos o tres días por ejemplo y olvidarme del asunto antes que tratar de poner de acuerdo a miles de empresas de transporte respecto a los detalles específicos de la remuneración.

El mayor obstáculo es obviamente cultural, pues al proponer esta idea la primera objección es “¿y qué pasa con los que se suben y no pagan?”  Bueno, ese exactamente es el problema cultural: los que toman decisiones se quedan trabados en ese detalle y se olvidan de resolver el problema real, pues no logran entender que el Estado no existe para generar ganancias y que no se tiene comportar como una empresa con accionistas.



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