09-24-2010
Estaba viendo un documental de la BBC que explora diversas facetas de la idea que la ciencia y la religión se oponen una a la otra. Caminando por esa línea era imposible que no se refiriera al principio antrópico, el cual establece que la observación del Universo tiene que ser compatible con la existencia de los seres vivos que lo observan.
En otras palabras: podemos observar el Universo porque existimos, y existimos porque el Universo mismo es compatible con nuestra propia existencia.
Se planteó para rebatir la idea que el Universo es una máquina perfectamente calibrada para que podamos existir, y que eso es en sí mismo prueba de la existencia de un dios, dado que fué él quien acomodó las leyes fundamentales para que eso ocurriese de tal forma. El principio antrópico lo que establece entonces es que ese razonamiento es circular, y que en realidad lo que sucede es que este Universo es tal que lo podemos observar, sin que eso implique que fue “diseñado” para tal cosa. En otros universos esa calibración no se da y por tanto no hay observadores en ellos.
Llevando el asunto un paso más allá, hay evidencia científica que indica que nuestro cerebro se ha desarrollado de forma tal que nos vemos de alguna forma “empujados” en creer en un dios (o muchos, es la misma cosa), es decir, que estamos biológicamente predispuestos a creer en tal cosa. Alguna gente toma esto como evidencia de la existencia de una deidad, pues fuimos “diseñados” para poder comunicarnos con ella. (Para el que le interese el tema de los orígenes biológicos de la religión es realmente fascinante, y puede comenzar por leer respecto a un aparato llamado “el casco de dios“)
En la misma forma que el hecho que podamos observar el Universo no quiere decir que este fue diseñado para que existiésemos, el que una mayoría de los seres humanos crean en una deidad u otra no quiere decir que una deidad u otra exista. Por el contrario nuestra misma existencia, y específicamente nuestra biología, es la condición necesaria para la existencia de una deidad. En otras palabras: nosotros no existimos porque existe una deidad, sino que dicha deidad existe porque nosotros existimos.