09-22-2011
En la mañana alguien se quejó en el programa de Vilma Ibarra que aprendió más en el colegio vocacional al que asistió que en la universidad.
Me ha costado algunos años aceptar la conclusión que en Costa Rica necesitamos instituciones de educación superior de caracter técnico (que el ITCR, a pesar de su nombre, no es). Por un lado algunas empresas se quejan profusamente que los graduados universitarios necesitan ser entrenados en temas específicos antes de poder ser “productivos”, y que el entrenamiento en el trabajo es altamente ineficiente y costoso, debido principalmente a que la gente a cargo de tal cosa generalmente no sabe de didáctica. Lo que estas empresas quieren podría ser cubierto por institutos técnicos. Por otro lado, algunas personas no quieren una carrera universitaria, como el caso del señor que se quejaba en la radio, lo que quieren es formación técnica. Alguna gente quiere que le enseñen como llevar una planilla, ó como mantener un inventario, ó como coordinar líneas de producción. Es decir, alguna gente quiere que le enseñen cosas “prácticas”. Eso es lo que hace un instituto técnico. Una universidad forma otra clase de profesionales.
El problema con la educación superior en Costa Rica es que en las últimas décadas ha tratado de complacer ambas demandas, las de las empresas y las de las personas, y en el proceso ha bajado la calidad de la enseñanza universitaria. Consideren por ejemplo las universidades privadas: un dentista de una universidad privada podrá ser muy bueno reparando piezas dañadas día tras día, pero nunca en su vida hará algo ni siquiera cercano a investigación (y lo mismo se puede decir de sus médicos y psicólogos y … y … y …). Las universidades privadas son realmente institutos técnicos. Pero las universidades públicas las perciben como competencia, en parte porque han atraído a sus docentes y en parte porque los medios presionan para que las universidades públicas sean más como las privadas (y nadie presiona en el sentido opuesto). Y a fin de lograr esto, las universidades públicas se ven obligadas a eliminar de sus currículos materias de esas que son “muy abstractas” para dar espacio a las que son más “prácticas”. El problema crece cuando se nota que algunos de los graduados de este sistema se convierten en profesores de esas mismas instituciones, diluyendo aún más la calidad de la enseñanza. Las instituciones privadas sufren de este mismo problema, magnificado por el hecho que la base con la que comienzan es muy inferior.
No digo que las universidades públicas deban convertirse en instituciones de élite y dejar “la mostacilla” a las privadas. Por el contrario: necesitamos instituciones públicas de caracter técnico que marquen la pauta. De lo contrario corremos el riesgo que las instuticiones privadas se conviertan en la única opción para tanto las empresas como las personas que buscan y prefieren esa clase de educación, y que a la vuelta de algunos pocos años tengamos en nuestras manos cantidades y cantidades de así llamados profesionales que carecen completamente de las bases necesarias para resolver problemas y que en su lugar se limitan simplemente a esperar que otros les indiquen cuáles son las soluciones. Es decir, corremos el riesgo de condenarnos eternamente a ser una maquila, tecnológica, pero maquila al fin.