10-17-2011
Antier se dio en San José una manifestación de esas que se han venido llamando “de los indignados”, como las de España, Atenas, Nueva York, San Francisco, Seattle y otro tanto de ciudades al rededor del mundo, presuntamente en respuesta a un llamado a la protesta global. La convocatoria tuvo, la verdad sea dicha, una enorme respuesta. Tal vez no los cientos de millones que alguna gente hubiese esperado (o mejor, que dice que en efecto hubo), pero una enorme respuesta sin lugar a dudas.
Dejando de lado que nuestro movimiento de ocupación no es tal — porque está lloviendo, hace mucho frío, tengo que ir a ver el partido y/o mami no me deja — hay dos cosas que resultan un poco deprimentes.
Primero, que en su mayoría en el movimiento hay personas enamoradas de las “redes sociales”. En Costa Rica tenemos desde hace años una cosa curiosa: gente que habla de y mira a las redes sociales, y más concretamente a Twitter y Facebook, como si fuesen un fin en sí mismas. Se descosen en elogios para todas las cosas que han sido posibles gracias a las redes sociales. Ahí teníamos a María Luisa Ávila y Leonardo Garnier maravillados por la cercanía con “la población”; a Juani Guzmán y Carlos Sojo por todas las “interacciones” y “empoderamientos”; y a Amelia Ruena porque “ay, ¡que lindo como se manifiesta la gente!”. No importa qué salga de eso, esta gente va a decir que es algo bueno porque ocurre en las “redes sociales”. Se les olvida una y otra vez que las “redes sociales” en Costa Rica son, con suerte, el 1% del 25% que sí tiene acceso a Internet, es decir, mucha menos gente que la diferencia entre el sí y el no en el referendo del 2007. Y que de esa poca gente, la que sí levanta el trasero de la silla para ir a “ocupar” la plaza será, otra vez, el 1% de esos, porque acá, en Costa Rica, lo que nosotros tenemos son “activistas” muy buenos para hacerle click a cuanta carajada aparezca en el “timeline”, y muy malos para cualquier otra cosa.
Segundo, que, incluso lo que solo hacen click, carecen de plan y destino. Y esto es algo que comparten con los indignados de España. Desde que comenzó ese moviento al otro lado del charco me ha venido llamando la atención como el discurso es un discurso de, en efecto, indignación: no nos dan trabajo, no nos dan un sitio para vivir, no nos pagan suficiente, no nos proveen de alimentos, no nos esto y no nos aquello. En España, donde sí tienen la posibilidad de pedir que el gobierno entregue el poder por el mal trabajo que ha venido haciendo, no están haciendo eso, porque “todos los políticos son iguales”, y de entre los millones que dicen que están en sus filas, no sale ni uno que pueda gobernar el país. Esa es la desconexión entre la protesta y la realidad: no quieren usar los medios que están disponibles para que esa protesta se convierta en resultados concretos. Acá en Costa Rica no podemos llamar a elecciones adelantadas, nos tenemos que chupar cualquier gobierno, sin importar que tan malo sea, por cuatro años (sino, vean los últimos 20 años) y resulta que cuando sí tenemos la posibilidad de cambiar algo, vamos y votamos para poner a las mismas ideas en el poder (sino, vean los últimos 20 años).
Tenemos suficientes problemas (ambiente, salud, educación, empleo, distribución de la riqueza, seguridad, y un eterno etcétera) y hemos tenido suficientes oportunidades para cambiar de rumbo, pero tenemos un problema que es de base: el caballero vestido de blanco en el video dice que “la única manera no es que alguien diga que tenemos que hacer, sino que entre todos lo decidamos”. Eso es simplemente una manifestación de nuestra alergia colectiva a la ideología, a la lucha por aquello en lo que creemos, a no decir (y decidir) lo que pensamos porque alguien nos puede estar oyendo. Es la maldición que cargamos desde la independencia: esperemos que se aclaren los nublados del día.
Señores, el día no puede estar más claro. Ahora lo único que queda es decidir, y si no decidimos nosotros decidirán por nosotros. No se vale decir que estamos indignados por eso.