Los tiempos cambian

10-26-2005

Eso, o me estoy haciendo viejo.

El tiempo está bastante revuelto, y con eso no me refiero a las ya casi dos semanas de lluvia con el esporádico y tímido rayito de sol, sino más bien al aire que se respira faltando escasos dos meses para Navidad y poquito más de tres para las elecciones, que más que a fiestas huele a malas noticias: las ya de por si malas vías nacionales han quedado aún más dañadas luego del paso del Katrina, Rita y Wilma; el Estado de la Nación nos advierte que ahora no solo vamos hacia atrás, sino que vamos más rápido hacia atrás; diversos entes no gubernamentales vienen señalando desde hace meses que la pobreza en Costa Rica se agudiza conforme pasan los días e incluso el informe del Estado de la Nación dice como nuestra realidad actual se parece mucho a la de hace veinte años. Visto desde esa perspectiva los tiempos en realidad no han cambiado nada.

¿Estamos atrapados en el tiempo? ¿Realmente no somos capaces de avanzar nada en 20 años? ¿Se trata más bien que todos estamos ocupados preocupándonos por como avanzar cada uno solo que nos hemos olvidado de tratar de avanzar todos juntos? ¿Vivimos realmente en la ley del más fuerte? Hace un par de días Telenoticias le preguntaba a la gente “en la calle” que que pensaba de la educación privada vs. la educación pública, refiriéndose a educación desde prekinder hasta universitaria y alguna gente decía que sí, que la educación privada es de mejor calidad (porque les dan varios idiomas, porque les dan más actividades, porque tienen mejores condiciones, …) y que por eso “hacían el esfuerzo”. Otros decían que si que era mejor, pero que no podían costearla. Yo puedo entender que un padre quiera darle “lo mejor” a sus hijos, ergo “hacer el esfuerzo”. Pero ahí es donde yo veo un problema: “hacer el esfuerzo” quiere decir “pagar” pero no necesariamente “ser partícipe de”, es decir, una mayoría de quienes ven necesario hacer el esfuerzo para costear las sumas ridículamente altas que cobran los centros privados de primaria y secundaria entienden su responsabilidad como “trabajar para ganar suficiente para pagar la educación privada de los hijos”, pero no como “sacar el tiempo para participar de la misma”.

Esta gente también parece ser de la tesis que “es una lástima que otros no tengan los recursos para costear la misma ‘calidad’ de educación”. Y digo ‘calidad’, así, entre comillas, pues yo me ubico casi al final de la cadena alimenticia, donde me toca lidiar con el producto de esos once años de educación privada vs. pública — y no de cualesquiera once años sino de los comprendidos entre el ’90 y el presente — y honestamente no veo la gran diferencia: ignorando el problema que muchos nada más no saben sumar fracciones (y algunos tienen dificultad para sumar en general), me toca enfrentarme con estudiantes que al preguntarles “¿y para qué hiciste eso?” responden con “es que no sabía como y esperaba que así por lo menos me diera algunos puntos” que es el equivalente matemático de “escribamos paja a ver si me ponen algo.”

Volviendo al tema, parece que muchos defienden sin vergüenza la idea de “yo trabajo por mis hijos, que los otros trabajen por los de ellos.” Bajo esa óptica yo prodía decir “si esas son las reglas entonces yo le voy a enseñar a mis hijos y a mis hijos nada más.” Saramago dice algunos escritores escriben para trascender más allá de su vida. Uno podría argumentar entonces que algunos educadores educan por la misma razón: es una forma de extender la existencia propia más allá de su tiempo. Con esa premisa casi llega uno a la idea de “educar por educar”. Sería cierta si la única razón para educar fuese trascender. Pero no lo es. Existen lo que se dedican a educar porque ven eso la posibilidad para forjar un mejor futuro. Estos son a quienes se pone en peligro con las posiciones esas de “Vd. ocúpese de Vd. que de mi me encargo yo.”

Y en medio de todo eso es que me encuentro concordando con quienes menos esperaba: Alberto Cañas y Alberto Cortés. Inesperado porque usualmente no alcanzo ni siquiera a dijerir las opiniones que usualmente expresan. Cañas lleva razón en que las “diferencias de opinión” como aquellas en torno al CAFTA en Costa Rica se resuelven en la calle, tal vez no con piedras y con palos, pero en la calle, y por tanto el discurso ese de que “dejen a los diputados legislar pues el pueblo delegó en ellos esa responsabilidad” nada más no cuaja y peor aún, es oportunista, pues la misma gente que hoy pide “paz” para los diputados hace no muchas semanas reclamaba a todo pulmón lo incapaces, inútiles e improductivos que son. Cortés por su lado aporta más material que pone en duda si los beneficios que nos va a traer a todos el CAFTA serán realmente para todos, o si existimos algunos que somos más iguales que otros (y me incluyo pues no me cuesta admitir que, en el balance, a mi el CAFTA me traería más cosas buenas que malas). Los infames notables dijeron que el tratato no es nada más que una ventana de oportunidad que el país debe saber aprovechar…

¿Cómo paso del estado de la educación al libre comercio? Fácil: igual como hay quienes gritan “sálvese quien pueda” y pagan la educación de sus hijos los habrá quienes griten “yo primero, mujeres y niños después” cuando se trate de las “nuevas oportunidades que abre un tratado de libre comercio con los EE.UU.”

… es decir, la duda mía viene en si vamos a aprovechar esa ventana de oportunidad en la misma forma que aprovechamos los últimos 20 años.



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