10-05-2008
En la mañana de casualidad escuchaba a un político de la meca del libre mercado decir que la diferencia entre el estatismo y la doctrina del libre mercado es más bien simple: el libre mercado propone que se deje todo a las fuerzas del mercado, donde todos somos consumidores y cada uno de nosotros puede influir en la dirección de las cosas en relación proporcional a nuestro poder de consume. Por otro lado, desde el punto de vista estatista, se propone que exista la regulación necesaria y adecuada para que las cosas funcionen en la manera que queremos, donde todos somos ciudadanos y todos somos iguales, en tanto todos tenemos la misma capacidad para influir en la dirección de las cosas.
Es ciertamente una visión idealizada de las cosas, pero bastante completa de todas formas, pues resume sucintamente lo que los defensores de la teoría del libre mercado realmente buscan: tener capacidad proporcionalmente mayor para influir en la vida del resto del mundo. Estas personas satanizan el estatismo con el argumento de que son solo unos pocos quienes toman las decisiones que los afectan a ellos y que eso está mal, negando en el proceso el hecho duro y crudo de que al final del día siguen viviendo en una sociedad.