07-16-2012
Con todas las discusiones recientes en torno a la trocha; las recomendaciones de Luis Liberman y Leonardo Garnier; y quizás más significativamente el proyecto de uniones civiles del mismo sexo hay una cosa que conecta a todas y que me tiene más bien frito.
El dichoso respeto.
Que más que respeto es licencia para acallar a otros. Por ejemplo, las reglas para comentar en el sitio web del pasquín de Llorente rezan:
El debate sobre temas de interés público en nuestras páginas es bienvenido, en el tanto lo sea respetuoso del derecho de los demás a opinar y a disentir.
Con la bandera del respeto enarbolada, se aplica lo que en cualquier otra circunstancia se denominaría censura. Viendo en otra dirección, en el sitio web del programa de Vilma Ibarra dice:
[…] ésta nueva ventana aprovecha el desarrollo tecnológico para continuar con el compromiso periodístico y fundamentalmente ético que genera conocimiento, información y pensamiento en un marco de respeto y aportes de connotados profesionales.
A la sombra de esto, a doña Vilma se la escucha en su programa, hoy sí y mañana también, descalificar opiniones bajo la guisa de carecer del respeto requerido.
Así como estos se pueden sacar otro centenar de ejemplos, que de alguna forma u otra imponen la idea de que las participaciones consideradas irrespetuosas serán prontamente removidas.
Esto no es algo nuevo, y mi incomodidad del tema tampoco lo es. Pero en las últimas semanas se ha incrementado el repiqueteo de respeto, respeto, respeto.
¿Qué carajos es respeto?
Si uno acude a la Real Academia de la lengua, dice:
- m. Veneración, acatamiento que se hace a alguien.
- m. Miramiento, consideración, deferencia.
- m. Cosa que se tiene de prevención o repuesto. Coche de respeto.
- m. miedo (‖ recelo).
- m. ant. respecto.
- m. germ. espada (‖ arma blanca).
- m. germ. Persona que tiene relaciones amorosas con otra.
- m. pl. Manifestaciones de acatamiento que se hacen por cortesía.
Confieso que esa idea de que “respeto” sea antónimo de “respecto” es algo nuevo para mí, igual que la noción que respeto se relaciona con prevención. Y las acepciones germánicas son curiosas, pero no vienen al caso en este cuento.
Que respeto significa miedo posiblemente deriva de la noción torcida de la actitud que algunos padres esperan de sus hijos para con ellos, pero por ahí ya nos vamos metiendo en el tema, pues las otras acepciones van todas más o menos por el mismo rumbo: acatar y obedecer. Indica, más o menos, una actitud de sumisión.
En este lado del mundo manejamos la idea de que la cultura japonesa es el epítome del respeto. De allí sale 先生 (sensei), que literalmente quiere decir “la persona que nació antes”, y más generalmente “la persona que llegó ahí antes”. Se designa de esta forma a quien enseña a partir de la sabiduría conferida por el tiempo y la experiencia. Naturalmente a un Sensei se le muestra respeto en la forma de sumisión: yo, que no sé nada y que deseo aprender de su experiencia, me someto a su instrucción. Y, a pesar de los prejuicios instalados en la figura del pequeño saltamontes que supera a su maestro, por defición el Sensei será siempre el Sensei y por tanto será siempre sujeto de respeto.
¿Es ese el respeto por el que claman La Nación y Vilma Ibarra, entre otros?
En absoluto.
En Costa Rica padecemos de la idea que respeto quiere decir parsimonia, que todo se diga así, bonito, e idealmente sin ir demasiado a los tobillos.
“Estás equivocado.”
Y ahí mismo llueven las acusaciones de irrespetuoso.
“¿Mire mi chiquito, usted tal vez, quien sabe, eventualmente, podría quizás considerar la posibilidad de que otras personas tengan opiniones distintas a la suya?”
¿Ve qué lindo? ¡Así se entiende la gente!
Excepto cuando no lo hacen, porque en el momento que rebajamos el asunto a uno de “opiniones”, abrimos de par en par la puerta para que la otra persona piense que, como de por sí eso que me están diciendo es “solo una opinión” y la propia es igualmente “solo una opinión”, entonces es solamente lógico que ninguno de los dos tiene toda la razón, y cual Salomón, partimos el chiquito por la mitad y los dos tenemos una parte de la misma. Y la razón, igual que el chiquito, cuando la parten así, se muere.
Acá nos hacemos bolas con la diferencia entre argumentos y preferencias. Uno puede argumentar por qué un sistema de salud público sólido es necesario, y uno puede externar una preferencia respecto a dónde ir a comer, pero las dos cosas no son intercambiables: mi sola preferencia no es un argumento, y un argumento no debe reducirse a una preferencia. Sin embargo, acá en Costa Rica, las tratamos como si lo fueran. Eventualmente yo podría argumentar respecto a una preferencia (“no puedo consumir grasas”) pero el argumento no se sostiene sobre la preferencia sino lo contrario. Esto no invalida las prefrencias como sustento de una decisión (si prefiero comer papaya, ¿por qué voy a comprar guayabas?) pero cuando yo trato de transmutar mis preferencias en las “preferencias” del resto del mundo, ahí entramos en problemas.
Esto me devuelve al tema del respeto: cuando demando respeto lo que realmente estoy haciendo es demandar “veneración y acatamiento”. “Acá todas las opiniones son bienvenidas, siempre y cuando sean exactamente iguales a la mía.” Si nos decimos “sociedad democrática”, por esa vía no vamos a llegar a ninguna parte. Si es claro que tenemos visiones encontradas respecto a muchos temas, y si estamos de acuerdo al menos en el deseo de conformar una sociedad, lo que necesitamos no es respeto, sino debate y disposición para aceptar que no podemos partir la razón por la mitad.
La próxima vez que se vea tentado a demandar respeto en medio de un debate, pregúntese: ¿qué preferencia mía es la que estoy tratando de imponer a las otras personas? ¿soy capaz de argumentar en favor de mi preferencia? ¿estoy demandando respeto solo para silenciar a mis interlocutores?