Asumamos un mercado esférico…

01-02-2014

El otro día tuve una epifanía que llaman: a los economistas les gusta la idea de “el mercado” porque la alternativa es demasiado difícil de comprender. En Economía, “el mercado” es la vaca esférica de la Física.

La vaca esférica es un chiste que según Wikipedia va más o menos así:

La producción de leche de una granja era tan baja que el granjero pidió ayuda en la universidad local. La universidad reunió un equipo multidisciplinar de profesores, encabezado por un Físico Teórico. Luego de dos semanas de trabajo de campo, los científicos volvieron a la universidad y el Físico comenzó a redactar el informe con las conclusiones: «Asumamos una vaca esférica, …»

El chiste se refiere a las aparentemente absurdas simplificaciones que se hacen en Física: las masas son puntuales, las varillas son infinitamente largas, las superficies son perfectamente lisas, los choques son perfectamente elásticos, los flujos son completamente incompresibles, las partículas de un gas no interaccionan entre ellas. Todas estas simplificaciones ayudan a construir modelos de la realidad. Por ejemplo, dentro de ciertos límites la mayoría de gases reales se comportan en forma muy similar a un gas ideal, a pesar de que sus moléculas no son masas puntuales, no se mueven completamente al azar y sí interaccionan unas con otras.

En Economía “el mercado” es lo mismo: una simplificación de la realidad. Esta simplificación se asemeja mucho a la del gas ideal. Los economistas definen el mercado como aquel proceso mediante el cual se establecen los precios de bienes y servicios. Asumen, aunque rara vez lo dicen, que se compone de cientos de miles o tal vez millones de actores. Más fundamentalmente asumen que las intenciones de un solo vendedor o un solo comprador no tienen un efecto significativo en el establecimiento de los precios, igual como en el caso de los gases ideales la trayectoria de una sola molécula no cambia el estado del gas. Asumen también que todos los vendedores y compradores tienen las mismas posibilidades de acceder a la información. Desde su punto de vista, lo que asumen implícitamente es que no es posible para un actor conocer el estado completo del mercado en un momento dado, igual que en el caso de los gases ideales. Sin embargo, a diferencia del caso de la Física, los economistas creen que la idealización que llaman mercado es la realidad.

Esto último se hace evidente cuando se los ve diciendo que, refiriéndose a hechos reales, el mercado esto y el mercado aquello, y se olvidan completamente de que ese mercado está compuesto por personas con deseos y ambiciones, que hacen todo lo posible para “ganarle al mercado”. Nunca un Físico ha dicho que una molécula está tratando de subir la temperatura del gas del cual es parte. Cuando un Físico calcula la temperatura de un gas y el resultado no coincide con lo que observa, no se extraña, sino que entiende que la diferencia se puede atribuir, luego de eliminar todos los errores en la medición, a la diferencia entre el gas ideal con el que realizó el cálculo y el comportamiento del gas real con el que está trabajando, y procede a buscar un mejor modelo. Caso contrario ocurre cuando un economista predice una cosa y la realidad hace otra, pues él procede a gritar ¡falta! y decir que el estado intervencionista no está dejando que el mercado opere libremente. En otras palabras: esperan que la realidad se ajuste al modelo y no el modelo a la realidad.

Esta falacia se vuelve particularmente relevante en tiempo electoral. Quizás por representar la posición más diferente al estado actual de las cosas, los cuestionamientos se han dirijido mayoritariamente hacia Villalta, pues sus propuestas van “en contra del mercado”, y él ha tenido que responder con su campaña de “no tenga miedo”.

Por ejemplo, Villalta habla de regular el precio de los medicamentos, y lo viene proponiendo desde hace rato, ni siquiera en el contexto de la campaña electoral. Villalta quiere que el sobreprecio que el consumidor final pague con respecto al valor de importación de los medicamentos sea de máximo 69% en el caso general, y 32% para las medicinas incluídas en el “cuadro básico” definido por la CCSS. Si el costo de importación de un medicamento es de 30000 colones, el precio para el consumidor final puede llegar a ser un 22% del salario mínimo, donde el sobreprecio de 69% representa casi un 10% de ese salario, o lo que es lo mismo: unos 40 litros de leche (al precio real, no al precio de Yoni). Los economistas del mercado esférico rápidamente dirán que alguien cuyos ingresos son el salario mínimo no compra medicamentos en una farmacia, sino que los recibe gratuitamente. A esos economistas se les olvida cómodamente que el chiquito con dolor a causa de la fiebre no es el de ellos, y por ello ven como una aberración la sola idea de controlar el precio de los medicamentos. (Yo creo que la propuesta de Villalta se queda corta, pues lo que se debería regular es el precio de todos los servicios de salud, no solo de los medicamentos, pero eso es cuento para otro día.)

Villalta también habla de promover legislación para evitar la privatización del agua, que en palabras (tal vez) menos polarizantes quiere decir que no se deje la fijación del precio del agua a los caprichos mercantiles. Esta propuesta, que tampoco es nueva, ha encontrado oposición por la sencilla razón que el agua es un negociazo: tiene más demanda que los medicamentos, la disponibilidad de la misma va en descenso y no existe un solo ser vivo sobre el planeta que pueda sustituir su consumo por el de un bien más barato. Sujo solo a las reglas del mercado esférico, el precio del agua iría en una única dirección: para arriba.

Es irracional debatir política pública (la elección de un presidente) sobre la base de una construcción idealizada de las relaciones humanas (el mercado), pero en eso es exactamente en lo que se está convirtiendo esta campaña electoral. En un extremo está la derecha mercantilista representada por Guevara, Piza y Araya que creen que el mercado efectivamente es esférico; en el otro extremo está la propuesta de Villalta, que efectivamente defiende una mayor intervención del Estado en las actividades económicas de la población.

Luis Guillermo Solís trata de posicionarse en el medio de todo esto, pues su propuesta de una u otra forma representa la comunión de las fuerzas más progresistas de Costa Rica, que por un lado entienden que el “libre mercado” es una idealización académica que nunca funcionará como propone la teoría, y por el otro que es necesario un Estado fuerte que sea capaz de ejecutar y no se autolimite a una función mímimamente regulatoria. Sin embargo el PAC, y no Luis Guillermo Solís propiamente, no es potable para una multitud de costarricenses. Por un lado están los que le reclaman al partido el hecho de querer carecer de ideología (que es absurdo, pues incluso pretender carecer de ideología es una ideología) y alegan, probablemente con justa razón, que eso convierte al PAC es una caja de sorpresas. Por el otro lado están los que guardan enormes resentimientos hacia Ottón Solís, y no lo quieren cerca del gobierno ni en broma, y creen que si el PAC llega a ser gobierno, Ottón será el titiritero desde el Primer Poder de la República (que es absurdo, pues la propuesta del PAC es precisamente la transparencia). Más allá están los que ven en el plan de gobierno cosas como “solidaridad; equidad; responsabilidad; y ética” y salen corriendo asustados, pues “solidaridad” y “equidad” suenan opuestas al mercado esférico, que, insensible a las realidades humanas, es desigual e inequitativo, y ni qué decir de “ética”, que a falta de clases de Filosofía, la entienden como una limitación de la libertad de intentar maximizar la riqueza individual.

Nos encontramos así en una situación curiosa: hay por quien votar, pero estamos llevando la discusión al maniqueísmo. De un lado están los que quieren preservar el status quo, que han construido a punta de predicar las infitinas bondades del mercado esférico, que les ha producido a ellos riqueza y les ha garantizado mano de obra barata y contínuamente disponible (invalidando en el proceso una de sus propias suposiciones). Por el otro están los que ven en esta elección una oportunidad para llevar adelante la lucha de clases, pero entendida más desde una óptica anarquista, que ve a la institucionalidad como el enemigo a vencer, con la finalidad de que los que están arriba “vean lo que es bueno.”

Ninguna de las dos posiciones entiende que Costa Rica ha operado históricamente en una frecuencia distinta: el consenso. Personalmente creo que el consenso es causa de muchos de los males de la sociedad costarricense, pero también admito que las cosas buenas que tiene son gracias a ese mismo consenso. La gente de “nuestro nombre es Costa Rica” dice la verdad: Costa Rica es hoy más desigual que hace 30 años. A los economistas que predican desde Washington les encanta señalar que hace 30 años el 30% por ciento de la población costarricense era pobre y que dizque gracias a su mercado esférico hoy eso ha bajado hasta el 20%. Lo que convenientemente no dicen es que hace 30 años había casi un millón de personas pobres en el país, y hoy también. A ese millón de personas las hemos dejado botadas en el camino. Esas personas hoy ven para arriba y lo que ven es más gente, más rica. En la computadora los numeritos se ven lindísimos, pero en la calle la realidad es otra. La perspectiva desde el “National Mall”, Escazú, Villa Real y Zapote simplemente no da, hay que ir a la Avenida Central.

Como dijo Mafalda: no se vale amasar fortuna haciendo harina de la gente. Y eso es exactamente lo que el mercado esférico hace.



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