10-12-2014
Cuando Luis Guillermo Solís asumió la Presidencia de la República prometió que el gobierno sería una casa de cristal. La promesa fue seguida rápidamente por el acto simbólico de quitar los arbustos del frente de casa presidencial.
Y ahí se detuvo.
Yo he dicho varias veces que a mi me dicen “gobierno abierto” y “transparencia” y yo me la creo. Eso usualmente conduce a enormes decepciones, pues es muy fácil comenzar en un estado de poca apertura y poca transparencia, hacer un par de cositas simbólicas por aquí y por allá y salir a decir que ya alcanzamos un estado distinto y mejor. Sin embargo es muy difícil reconocer que el camino que falta por recorrer es mucho, que nunca se va a acabar, y lograr dimensionar los anuncios de forma concordante. Es mucho más satisfactorio decir “hicimos esto, y es enorme” a decir “hicimos esto, que es importante, pero entendemos que todavía nos falta todo esto otro.”
Eso es muy curioso, pues la apertura y la transparencia consisten en exactamente eso: no solo decir qué hemos logrado, sino también admitir abiertamente qué es lo que nos falta. Por ello, la primera publicación de cualquier iniciativa de apertura gubernamental tiene que ser una hoja de ruta continuamente actualizada que señale claramente qué es lo que se ha hecho, qué es lo que se planea hacer y qué es lo que es necesario hacer. Se requiere de mucho valor para reconocer la diferencia entre las dos últimas cosas, pues lo necesario es invariablemente más grande que lo planeado.
También es necesario reconocer que la idea de gobierno abierto es enemiga de lo que en Costa Rica conocemos como “patas”, es decir, no se trata solo de un cambio en la forma como se conducen los asuntos públicos, se trata también de una modificación cultural. Eso comienza desde la forma en la que se lleva adelante la iniciativa de gobierno abierto, donde han habido claros personalismos de por medio. Por ejemplo, si uno busca ingenuamente “gobierno abierto” en Costa Rica, llega a una página dentro del sitio web de “Gobierno fácil”. De la poca información que esa página contiene, lo más notable es el plan de acción de gobierno abierto para el 2013-2014. Y no hay nada más allá del 2014. Me atrevo a especular que eso es así porque “ese es el plan de otro, esa es la iniciativa de otro. La iniciativa mía va por otro lado.” Eso, que es cultural, y es algo a lo que le tenemos tantos nombres en nuestra sociedad, eso mina cualquier buena intención de avanzar hacia un gobierno abierto y transparente.
La otra componente que complica las cosas en nuestro medio son los datos abiertos, o mejor dicho la ausencia de ellos.
“Datos abiertos” no es publicar, por ejemplo, un informe, con todos sus gráficos, respecto a una encuesta, como lo hizo en múltiples ocasiones el CIEP durante la pasada campaña electoral. Que el informe esté disponible, que se pueda consultar, y que no haya que pagar para tener acceso a él, todo eso está muy bien, pero eso no son datos abiertos.
“Datos abiertos” tampoco es publicar, como lo hace el Estado de la Nación, por nombrar uno, un tabla donde se toman, por ejemplo, respuestas individuales a una encuesta nacional y se reducen por distrito, es decir, se toman todas las respuestas de un distrito y se juntan para producir una única fila de datos a partir de 20, 50, 100 o quién sabe cuántos datos originales. Para algunas cosas y en algunos casos es algo útil, pero eso no son datos abiertos. El Estado de la Nación también publica algunos de sus conjuntos de datos en formatos propietarios y mal documentados.
“Datos abiertos” tampoco es la grosería que hace el INEC, que es lo mismo que el caso anterior, pero en lugar de reducir los datos originales por distrito, los reducen por provincia, por género, por edad o por quién sabe cuántas otras categorías se les pueda ocurrir, todas amplísimas. Ellos reconocen el valor de los datos originales, por lo tanto uno puede accederlos a cambio de una no tan módica suma. Y para estar claros: datos obtenidos por una institución del Estado, con presupuesto del Estado, que son útiles para actividades en las que el Estado debería estar interesado, son accesibles contra solicitud y pago.
“Datos abiertos” tampoco es lo que hace el TSE, que es un caso muy especial, pues hace muchas cosas muy bien y muchas cosas muy mal. El TSE publica el padrón electoral completo, en un formato fácilmente legible por máquina. Eso es bueno. El TSE no publica los centros de votación de la misma forma. Esto quiere decir que es imposible construir una página web donde la gente pueda consultar si sitio de votación con solo ingresar su cédula. ¿Cómo es posible algo como esto entonces? Usando mecanismos no documentados que están disponibles hoy en día, que imponen una carga innecesaria en los servidores del TSE y que pueden, sin aviso alguno, desaparecer mañana. La otra cosa que el TSE no publica en formatos fácilmente legibles por máquina son los resultados de los procesos electorales que lleva a cabo. Lo que publica es una colección de copias electrónicas de las actas con los resultados en una forma tal que es sumamente engorroso traducirlos a formatos útiles. Igual algunos somos necios y hacemos todo ese proceso engorroso para que otros no tengan que pasar por lo mismo. El TSE tampoco publica la base de datos con la información de nacimientos y defunciones, y si uno la solicita le dan un portazo en la cara. ¿Cómo es posible entonces algo como el juguete con el que muchos se entretuvieron esta semana? Para mi es evidente, por los errores que se cuelan hasta los resultados, que ese juguete utiliza esa base de datos. ¿Si el TSE no la brinda, cómo es posible que exista esa página web? De la misma forma que yo tengo copia de una versión de hace unos años atrás de la misma: patas. Alguien que conozco conoce a alguien que conoce a alguien que tiene acceso a la base de datos, y de salto en salto esos datos terminaron en mi disco duro. ¿Está eso bien? Absolutamente no.
¿Hay alguien en alguna parte del planeta que haga esto bien? ¡Por supuesto! ¡Muchos! Para muestra un botón. Esos archivos contienen cada una de las respuestas brindadas por los entrevistados, junto con la entrevista que se les aplicó. No son los datos reducidos de manera antojadiza, sino los datos originales, tal cual se obtuvieron. Si bien es cierto que contienen la información de dónde se realizó la encuesta, no tienen información de a quién se encuestó. Tampoco estoy tratando de meter diez con hueco: admito que existe la posibilidad, dados los datos que contienen esos archivos, de llegar a identificar a muchos de los encuestados si uno realmente quisiera hacerlo. No digo que es fácil o que es ciertamente posible, pero si digo que con la información suministrada no se puede descartar completamente esa posibilidad. Eso es ciertamente un riesgo a considerar en cualquier circunstancia en la que se publiquen datos realmente abiertos, pero es mi opinión que esa situación es mejor que la alternativa, que queda ilustrada en el caso del TSE mencionado antes: si los datos no están disponibles de forma abierta, siempre existe la posibilidad de que se trafique con ellos por debajo de la mesa, y eso conduce a una situación donde una poca gente tiene acceso y la mayoría no.
La parte más complicada es la confluencia de estas dos cosas: gobierno abierto y datos abiertos. Es mi opinión que es imposible tener lo primero sin lo segundo. Si se considera por ejemplo las sesiones del consejo de gobierno, las actas, adecuadamente anotadas y con referencias cruzadas, constituyen datos. Las actas de cualquier junta directiva igualmente constituyen datos. Las actas de las sesiones de las comisiones de la Asamblea Legislativa constituyen datos. Las actas de todos los organismos que pretenden influir en el desarrollo de lo público constituyen datos. Y sin embargo ninguna de esas cosas está disponible en forma de datos abiertos, incluyendo las de aquellas organizaciones que han prometido públicamente harán lo propio. Menciono actas para dar un ejemplo, pero igual podría haber dicho presupuestos (planeamiento y ejecución), informes de viajes, o tantas otras cosas similares mucho antes de comenzar a pensar en encuestas y similares.
La primera piedra con la que se encuentran las organizaciones que tienen la buena voluntad de construir un gobierno abierto es que mantener datos abiertos es mucho trabajo. Suponiendo que se pudiesen ignorar todas las consideraciones referentes a privacidad e información confidencial, igual es mucho trabajo. Cualquiera puede subir un acta a Google Drive. No cualquiera puede colocar todas las anotaciones y todas las referencias cruzadas a un acta. Es fácil hacer eso una vez. No es fácil hacerlo continuamente.
La segunda piedra es la tentación de utilizar cualquier formato de datos o publicar la información de cualquier forma, o peor aún, de no conservar ninguna consistencia entre una publicación y la siguiente. Publicar PDFs en una página web no son ni datos abiertos ni gobierno abierto. Tiene que ocurrir una clasificación adecuada. Tiene que haber organización de la información. Tiene que haber documentación sobre la información que se presenta. Es cierto, dado que rara vez las organizaciones logran hacer esto bien al primer, segundo y enésimo intento, habemos gente al rededor de todo el mundo que realizamos limpienza y organización de lo que sea que sí publiquen, pero en algún momento hasta uno mismo llega a reconocer que ese tiempo se podría haber invertido mejor que analizar la información y no en tener que limpiarla y organizarla.
También está siempre la tentación de creer que esto es simplemente Politología. O Comunicación. O Sociología. O incluso ninguna de las anteriores. Que acá no es necesario entender de Matemática, de Estadística o de Computación. Que “la parte tecnológica no es primordial”. Peor aún, que “la parte tecnológica se puede ver después.”
La intención de la casa de cristal es buena y se aplaude, pero en algún momento quiero ver que las intenciones se traduzcan en acciones, comenzando por lo que se puede hacer ya. Se puede iniciar por todas esas cosas que no requieren pasar montado en un avión dos años antes de siquiera poder comenzar a pensar en qué hacer acá. Sí, es bonito no saber nada del tema y que lo manden a uno a “aprender” de las experiencias de otros países, ¿verdad? especialmente cuando no existe la obligación (o la intención) de dar un reporte respecto a ese aprendizaje.
No, así no se pueden hacer las cosas.
Ya es hora que pongamos un alto al síndrome de “esto no lo inventé yo” y que veamos seriamente qué es lo que ya hemos hecho acá y qué es lo que han hecho en otros lados, que recojamos lo que se puede recoger y que echemos a andar rápidamente las cosas que se pueden poner a funcionar rápidamente, al tiempo que se coordinan los esfuerzos en torno al resto.