09-29-2005
Cuando comencé con este blog me dije una cosa que nunca escribí pero que hasta ahora ha sido cierta: no quiero convertir esto en un espacio de opinión política. “Opinión política” entendida en la forma mala: la de los “analistas” que creen tener la verdad en la mano; la de los autores que aún escribiendo sobre sus opiniones y sobre si mismos se retraen de dicha opinión (“el sector X hace Y” cuando lo que deberían decir es “en el sector X hacemos Y”); la de aquellos que se escudan detrás de “es mejor para el país” cuando lo que están pensando es “es mejor para mí”. Y no voy a legitimizar a los esquizofrénicos que escriben sobre si mismos en tercera persona diciendo que la que expresan es una “opinión”.
Dicho eso, cada vez que me deslizo al lado político de las cosas — y lo he hecho varias veces — tengo que confesar cierta incomodidad al hacerlo. Pero hoy escuché unos segmentos de voces y política, un progama semanal de Radio Universidad (miércoles 5 pm, 96.7 MHz FM, domingos 2 pm 101.9 MHz FM), que no solo me sorprendieron sino que me preocuparon.
El programa se trató sobre el título de este post: la pobreza en Costa Rica. Más exactamente sobre el “valor electoral del voto de los sectores pobres de la población”. La pobreza es una cosa sobre la cual los economistas, los politólogos y los sociólogos se pelean sobre como definir. Se puede entender como condición de pobreza la carencia de los recursos económicos necesarios para subsistir o como ingresos por debajo del salario mínimo (nótese que en teoría el salario mínimo da para más que para subsistir, entonces las dos definiciones son diferentes aunque suenen iguales). Tomando la primera definición existen 200 mil hogares en Costa Rica que se ubican en la condición de “pobreza”. Tratando de ignorar momentáneamente la crudeza de esa crifa, esto quiere decir que hay aproximadamente 400 mil electores en condición de pobreza. Esto es más que el número de votos que han convertido a varios candidatos en presidentes en el pasado. En otras palabras: el “voto pobre” tiene un valor sumamente alto. Eso se manifiesta de diversas formas: el partido en el poder repentinamente encuentra más recursos para invertir en programas sociales, puede repartir más bonos de vivienda, hay más becas escolares (eso es en una situación normal, en este gobierno nada de eso va a pasar). En otras palabras se compran los votos.
Luego de eso leí por casualidad una carta de Flora Echandi a los diputados. Les pregunta básicamente para qué queremos el CAFTA. Y la pregunta es enteramente válida, especialmente al conectarla con lo anterior. Costa Rica durante los últimos veinte años más o menos ha venido implementando una serie de cambios en la forma en la cual “interactuamos” con el mundo que escencialmente condujeron a que en época reciente (última década, años más, años menos) hayamos logrado triplicar nuestras exportaciones y duplicar la “inversión extranjera directa” (en español: gringos vienen para acá con dólares en la bolsa para financiar empresas). Es decir, hemos sido exitosos haciendo eso. El resultado esperado era que el empleo aumentara y por tanto la pobreza disminuyera. El resultado real ha sido que la desigualdad ha aumentado: menos personas tienen mucho más dinero y mucho más personas tienen menos dinero. Más pobreza. El CAFTA es, en última instancia, el fortalecimiento de ese modelo de desarrollo. Entonces, si por lo visto estamos siendo excelentes demostrando que ese modelo no nos sirve, ¿para qué exactamente queremos el CAFTA?
La gente de ciencias sociales y economía es extraordinariamente mala en matemáticas. Les cuesta incluso sacar porcentajes que tengan sentido (e.g. si yo comienzo con 50 y termino con 100, el aumento es de 100%, no de 50%). Pero dentro de todo lo malo que son han inventado algunas cosas útiles. Una de ellas es el “índice Gini”. Si uno divide una población en deciles (así dicen ellos “décimos”) y cuenta qué fracción de la riqueza tiene cada decil al final uno tiene cosas como “el 40% de la población tiene el 5% de la riqueza del país y el 10% de la población el 70%”. La situación idealmente justa es que cada sector de la población tenga la misma fracción de la riqueza. El índice Gini mide la diferencia entre la situación ideal y la situación real. Un índice de 0 quiere decir que la riqueza está distribuída equitativamente (no quiere decir que todos tienen exactamente lo mismo) y 1 quiere decir que la riqueza está concentrada en un puñado de personas.
El índice de Gini para Noruega, el país que según las Naciones Unidas tiene las mejores condiciones de “desarrollo humano”, es de 0,25. Estados Unidos tiene un índice de 0,40. Irlanda — un país en muchos aspectos muy similar a nosotros — tiene un 0,35. Nosotros tenemos un 0,47. Chile, la maravilla económica de América Latina, un 0,57. No existe una relación directa entre bajos índices de Gini y lo que los economistas llaman “economías sanas”. Así mismo, el índice de Gini y el índice de pobreza no están directamente correlacionados, pero es cierto que los países con índices bajos de Gini tienen también índices bajos de pobreza, entonces si existe algo de sentido en querer ir en dirección de una distribución más equitativa de la riqueza. ¿Nos ayuda el CAFTA a ir en esa dirección?
El único índice de pobreza éticamente aceptable es cero.